Las ruedas del caos

Emulando a Anticitera

Si confeccionamos, entonces, un sistema mecanicista para explicar la lógica de este movimiento en el cosmos, podemos encontrar una relación excéntrica entre su movimiento caótico y la regularidad que acaba ajustándose en el plano teórico.

Nuestros referentes son los artilugios de ruedas dentadas, tan populares entre los antiguos pensadores griegos (como el mecanismo hallado en la isla griega de Anticitera, probablemente del 150 a. de C.), que trataban de explicar el movimiento evolutivo, donde los elementos naturales están sujetos a parámetros predeterminados a partir del número de dientes que posee cada rueda, los perímetros, radios y diámetros, la posición que ocupan y la analogía en el movimiento rotatorio.

Nuestro propio artilugio de ruedas dentadas basa su sistema en la relación entre lo que está arriba y lo que está abajo (que, como hemos apuntado, presenta movimientos cósmicos análogos según la visión hermetista, ratificada por las nuevas propuestas geométricas como la mencionada curva de Koch); microcosmos y macrocosmos conformarán las dos ruedas principales de nuestro engranaje, movidas por una tercera rueda, a la que llamaremos atanor, nombre que le otorgamos por su función de enlace entre ambos mundos (como el cuenco alquímico, donde se cocía la conciencia universal). La rueda atanor conectará, entonces, la rueda del microcosmos con la rueda del macrocosmos, agitando el movimiento de ambas.

El funcionamiento de nuestro artilugio está delimitado por la diferencia existente entre el número de dientes de cada rueda. Para asignarles estos números de dientes recurriremos a la numerología, buscando partir del número universal; del número primario, absoluto, del número que represente la universalidad esencial. La numerología de la Cábala preconiza, según recuerda Helena Blavatsky, que los números fueron revelados a los hombres por los dioses, y que estos números, convertidos en música, hicieron surgir al mundo del caos. Para la Cábala, entonces, el 9 es el número sagrado, y solo hay otro número que está por encima de él en cuanto al poder que posee: el número 7, puente entre lo divino y lo humano, entre el cielo y la tierra, entre espíritu y materia, ya que es la suma del sagrado 3 y del terrenal 4. El 7 es, además, según Hipócrates, el dispensador de vida y motor de todas las transformaciones. Luego explicaremos mejor este carácter y su relación con nuestro artilugio, pero, sin duda, es el número que representa esa síntesis universal desde la cual debemos partir.

A la rueda del microcosmos le ofrecemos, entonces, 7 dientes. Ahora, para marcar el incremento, buscamos un estimulante caótico que simule la irregularidad del movimiento cósmico; de este modo, seleccionamos la fórmula 2x²–1, ecuación que, al iterarse, produce caos de modo tan inevitable como impredecible, fenómeno que puede observarse en la máquina sumadora-listadora de Dalton a partir de un cierto número de operaciones e iteraciones. Así, 2x²–1 cuando x=7, arroja como resultado 97. Ese será el número de dientes de la rueda atanor. Nos encontramos con una curiosidad numerológica, al someter el número 7 a la fórmula del caos; la síntesis universal vuelve a aparecer, precedida del número 9, el número sagrado según la Cábala. Ahora, buscamos la síntesis numerológica del número de dientes de la rueda atanor, con la reducción de sus dígitos: 9+7=16; 1+6=7. Sorprendentemente, el número de los dientes del atanor reducido vuelve a ofrecernos la universalidad. Pero seguimos adelante. Ahora, efectuamos el incremento para hallar el número de dientes de la rueda del macrocosmos, para lo cual sometemos el número de dientes del atanor a la misma fórmula: 2x²–1, cuando x=97. El resultado es 18817. Nueva curiosidad; el número universal, el 7, precedido por un número capicúa, compuesto por dos sugerencias del número 9, el número sagrado (que ya precedió al número 7 en el atanor): 18 y 81. 18=9+9, y 81=9X9. Además, en la síntesis numerológica, 1+8=9 y 8+1=9. Obviamente, 1881, reducido, equivale a 9. Pero resolvamos la reducción de los dígitos del número de dientes del macrocosmos al completo: 1+8+8+1+7=25; y 2+5=7. Una vez más, el número de dientes reducido nos ofrece la universalidad.

Ya tenemos nuestro artilugio, compuesto por tres ruedas representando el movimiento del cosmos; microcosmos, atanor y macrocosmos, cuyos números de ruedas (7, 97 y 18817 respectivamente), halladas a través de una fórmula matemática que produce caos (en forma de iteraciones impredecibles), se muestran completamente análogas y acaban desembocando, a través de la síntesis numerológica, en el mismo punto.

Ahora, observemos sus perímetros, tomando unas medidas cualesquiera para los dientes y los espacios intersticiales entre ellos, pues el comportamiento de su relación no variará con respecto a esta convención. Imaginemos que cada diente mide 2 cm, y otros 2 cm el espacio entre cada diente. Así, la rueda microcosmos presenta 7 dientes y 6 espacios, que marca su perímetro en 26 cm. Reduciendo sus dígitos: 2+6=8. El número que se halla entre el 7 y el 9, que como hemos visto marcan exclusivamente el número de los dientes de cada rueda. Para el atanor, que cuenta con 97 dientes y 96 espacios, obtenemos un perímetro de 386 cm. Al reducir los dígitos: 3+8+6=17; y 1+7=8. Y, para el macrocosmos, que cuenta con 18817 dientes, y 18816 espacios, el perímetro es de 75266 cm, que en la reducción de sus dígitos: 7+5+2+6+6=26; y 2+6=8. Las síntesis de los tres perímetros vuelven a desembocar en el mismo punto: el número 8.

Pero el verdadero comportamiento crítico del engranaje se produce en la dinámica de las ruedas y el aspecto comparativo entre el número de vueltas que realizan; imaginemos que situamos en el centro del atanor un mecanismo con la forma y el comportamiento de un escarabajo pelotero, y que este mecanismo hace girar la rueda de forma indefinida conectada al propio movimiento cinético de las ruedas, en un sistema de retroalimentación. Comenzamos con el movimiento de la rueda atanor, como principio de la dinámica entre el microcosmos y el macrocosmos. Para que el atanor complete una vuelta entera, el microcosmos debe completar 13’857143 vueltas, mientras que el macrocosmos realiza una mínima fracción de vuelta completa: 0’00515491. Nuestro sistema entra en caos, los números se desestabilizan y dejan de ser enteros. Pero esto es lógico, siendo nuestro referente el atanor. Lo que nos interesa, es comprobar la relación entre el microcosmos y el macrocosmos. Tomemos a la mayor como referente para ahorrar tiempo.

Cuando el macrocosmos ha completado una vuelta entera, el atanor ha completado 193’98969, y ya que el microcosmos realiza 13’857143 vueltas por cada una del atanor, por una vuelta del macrocosmos realiza 2688’14287. Cifras inestables que no presentan cuadros análogos. Para 2 vueltas del macrocosmos, el microcosmos realiza 5376’2857, y el atanor 387’97938. Nuevas cifras decimales que demuestran una creciente inestabilidad. ¿Es, por tanto, una relación aritméticamente desequilibrada la del microcosmos y el macrocosmos? ¿La dinámica cósmica y evolutiva se comporta de forma desordenada, sin pautas ni analogías? Es entonces cuando tendemos a pensar en un comportamiento caótico de la dinámica del universo. Pero no hemos acabado...

Por 3 vueltas del macrocosmos, el microcosmos realiza 8064’4286 vueltas, y el atanor 581’96907 vueltas. Las cifras se mantienen inestables, sin cumplir órdenes de ningún tipo. Suponemos que la inestabilidad irá creciendo con el número de vueltas (hay aquí una relación entre el espacio recorrido y el tiempo transcurrido). La relación entre una rueda y otra, y su vínculo indisociable con el disco de enlace, están teñidos de puntos escabrosos e indeterminismos. No parecen existir orden ni globalidad, y hasta ahora nos resulta imposible establecer una linealidad periódica.

Pero, ¿qué ocurre si damos un pequeño salto, y observamos los resultados cuando el macrocosmos completa 7 vueltas? El atanor ha realizado 1357,9278 vueltas, pero con el microcosmos la lógica nos muestra un comportamiento espectacular, dado que la rueda del microcosmos está contenida x veces en la rueda del macrocosmos, y ambas están conectadas por esta relación matemática: su dinámica se vuelve estable, el número de vueltas que realiza es entero, y no es otro que 18817. Cuando el número de vueltas del macrocosmos es equivalente al número de dientes del microcosmos, el número de vueltas del microcosmos es equivalente al número de dientes del macrocosmos. Y ambos vuelven en la síntesis, tanto respecto al número de dientes como respecto al número de vueltas, a la universalidad, al número 7.

En esta inversión de valores queda manifiesta la idea de la trayectoria opuesta que recorre la evolución del universo, avanzando hacia su propio reflejo. Pero, ¿qué ocurre después de este estado estacionario de estabilidad? El sistema vuelve a desestabilizarse (para 8 vueltas del macrocosmos, tenemos 21505,143 del microcosmos, y 1551,9175 del atanor). Así, el orden y el caos parecen entrelazarse en un juego de equilibrios y desequilibrios. Pues intuimos que, si la dinámica ha llegado a estabilizarse en un punto concreto, volverá a hacerlo, dejando de lado la coincidencia de un hecho aislado para marcar una pauta regular. Obviamente, vuelve a hacerlo cuando el macrocosmos completa 14 vueltas; el atanor ha realizado 2715,8557 vueltas, y el microcosmos 37634, otra vez un número entero. La particularidad numerológica que observamos a partir de este momento es que las sumas descompuestas de los dígitos de las vueltas del macrocosmos y del microcosmos cada vez que se estabilizan, además, coinciden (14: 1+4=5. Al mismo tiempo, 37634: 3+7+6+3+4=23; y 2+3=5). Así, cuando el macrocosmos completa 21 vueltas (2+1=3), el atanor realiza 4073,7835 vueltas, y el microcosmos 56451 (5+6+4+5+1=21; 2+1=3). Cuando el macrocosmos realiza 28 vueltas (2+8=10, y 1+0=1), el atanor completa 5431,7113 vueltas, y el microcosmos completa 75268 (7+5+2+6+8=28; y 2+8=10; y 1+0=1). Las pautas se encuentran en las sucesiones numéricas; el sistema se estabiliza cada 7 vueltas (la universalidad), y las síntesis de los números descienden con cada 7 vueltas de 2 en 2 (7, 5, 3, 1. Y si reducimos los dígitos de esta serie: 7+5+3+1=16; y 1+6=7; una vez más la universalidad). Ésta es nuestra regularidad para el funcionamiento caótico del universo.

No es difícil intuir, detrás de esta pauta, nuevos desórdenes y nuevas pautas aún sin vislumbrar, tendiendo hacia el infinito. Pero el comportamiento fundamental, es que el atanor, que mueve ambos mundos, que ofrece esta pauta de orden para su movimiento, que nos ha otorgado la regularidad, jamás se estabiliza en sincronicidad con el microcosmos y el macrocosmos. Se revela como un origen caótico, despertando una estructura cósmica probabilista y regular al tiempo, donde los accidentes, lejos de ser un efecto casual, representan por el contrario y de manera irrefutable el más puro efecto de una causa.

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